"Lo hablamos en tierra..." Eso dijo el capitán del lujoso yate Rubia al ser advertido que no podía acercarse a las ballenas que tenía frente a proa. "¡Sácalo!", gritaban algunas de las yolas cercanas. Se vivia un momento tenso. Era domingo, y un día con pocas ballenas en la Bahía de Samaná y los barcos de observación de ballenas debían hacer largos turnos para poder acercarse. Tres barcos hacían la observación y cuatro más aguardaban su turno en la zona externa. Y se trataba de una madre con su cría recién nacida, la pareja más vulnerable a cualquier movimiento inadecuado de un aembarcación sin experiencia en la observación de ballenas, tal como Rubia.
Entonces, sin titubear, Peter Sánchez, el joven coordinador de la temporada de ballenas de Samaná por parte del Ministerio de Medio Ambiente, se acercó, y desde una yola, le dijo al capitán de Rubia, 10 metros por encima de él, que la observación de ballenas estaba regulada por el Ministerio de Medio Ambiente, y que las embarcaciones sin permiso de observación de ballenas estaban sujetas a sanciones de no expedición de despachos y sanciones a capitanes. Ningún intento del capitán de convencer a Peter funcionó, hasta que finalmente, tuvo que desistir y dar la vuelta ante la mirada incrédula de todos.
Fue un momento de victoria para todos los presentes. Tantos entrenamientos, papeleos, reuniones de capitanes, de dueños de barcos, pagos, espera de turnos y sanciones sufridas para obtener y mantener sus permisos de observacióm de ballenas todos estos años habian valido la pena. Por primera vez, veían las regulaciones aplicarse a los ricos, a los "grandes" al igual que a muchas de sus yolitas. Y en enero ya se había sancionado por observación de ballenas a la embarcación Levantado IV propiedad de una de las familias más poderosas en la Bahía. Aunque llamara el sub-jefe de la Marina de Guerra a indagar. Se daban cuenta de que el sistema de co-manejo de observación de ballenas, que contemplaba un número limitado de permisos de observación para evitar el hostigamiento de estos carismáticos gigantes, estaba dando resultados. Se sentían que tenían algo valioso, que pertenecían a un grupo especial y que debían de comportarse adecuadamente para no perderlo.
Y además, podían participar en la toma de decisiones del sistema. La noche antes, a pesar de haber pasado un largo día en el mar, se habían dado cita los dueños de barcos con Peter en el restaurante de Tony Phibbs en Samaná. Allí, discutieron las sanciones que habían sido aplicadas y se escucharon las explicaciones de algunos de los inculpados. Se discutió el cambio de los turnos a dos embarcaciones a la vez (en lugar de tres) viendo ballenas, al mismo tiempo que igualaba la espera a barcos pequeños y grandes, para reflejar la realidad de la flota actual de observación de ballenas en la Bahía. Se convino que se probaría esta propuesta si todos estaban de acuerdo. Estuvimos asombrados ante este ejercicio de democracia, a la cual no estamos acostumbrados en RD. Sin embargo, esta es la única manera en que podremos asegurar que las ballenas jorobadas sigan visitando la Bahía, alegrando a los visitantes que vienen a verlas y aportando ingresos a Samaná. Gracias Peter por demostrarnos que sí se puede.
Yolanda M. Leon, PhD
No hay comentarios:
Publicar un comentario